Si pudiera elegir una estación favorita elegiría otoño. No he podido vivir un otoño porque en mi país es medio complicado vivir estaciones, pero me conformo con mirar imágenes y asombrarme con tan bellos colores, o pasear a mi perro mientras piso hojas secas en el parque. Y no hay nada más frustrante que querer pisar hojas secas y darse cuenta (tarde) que ha llovido y están mojadas, por lo que no sonará su crujir tan mágico.
Me gusta pisar las hojas o correr con mi perro por encima de ellas. Quiero un otoño donde me pueda acostar en una cama de hojas y ya no mirar el suelo sino sentirme libre de mirar el cielo para observar nubes. Eso solía hacerlo en el césped del parque de atrás de mi conjunto, pero ahora todo es tan inseguro que mi contacto con el piso de la naturaleza se ha reducido mucho.
Tengo
la firme convicción de que no hay mayor comodidad que un piso de
césped, de hojas en otoño, o de nieve (aunque no conozca la nieve y
mi referencia más cercana sea el granizo). Solo en esos momentos de
comodidad me siento con ganas de mirar hacia arriba, hacia el cielo.
Creo que no hay mejor manera de conectarse con el cielo que desde el
contacto profundo del alma con la naturaleza, posibilidad que me da
acostarme en el césped sin ningún afán, sin ninguna preocupación
más que la tranquilidad del aire puro. Es en ese espacio en el cual
la imaginación se siente más libre y donde las palabras fluyen más
fácilmente. Los pensamientos se desenredan y todo parece más
sencillo de lo que el mundo y su maquinaria me quieren hacer creer.