sábado, 17 de noviembre de 2012

Pisar hojas secas

Si pudiera elegir una estación favorita elegiría otoño. No he podido vivir un otoño porque en mi país es medio complicado vivir estaciones, pero me conformo con mirar imágenes y asombrarme con tan bellos colores, o pasear a mi perro mientras piso hojas secas en el parque. Y no hay nada más frustrante que querer pisar hojas secas y darse cuenta (tarde) que ha llovido y están mojadas, por lo que no sonará su crujir tan mágico.

Me gusta pisar las hojas o correr con mi perro por encima de ellas. Quiero un otoño donde me pueda acostar en una cama de hojas y ya no mirar el suelo sino sentirme libre de mirar el cielo para observar nubes. Eso solía hacerlo en el césped del parque de atrás de mi conjunto, pero ahora todo es tan inseguro que mi contacto con el piso de la naturaleza se ha reducido mucho.


Tengo la firme convicción de que no hay mayor comodidad que un piso de césped, de hojas en otoño, o de nieve (aunque no conozca la nieve y mi referencia más cercana sea el granizo). Solo en esos momentos de comodidad me siento con ganas de mirar hacia arriba, hacia el cielo. Creo que no hay mejor manera de conectarse con el cielo que desde el contacto profundo del alma con la naturaleza, posibilidad que me da acostarme en el césped sin ningún afán, sin ninguna preocupación más que la tranquilidad del aire puro. Es en ese espacio en el cual la imaginación se siente más libre y donde las palabras fluyen más fácilmente. Los pensamientos se desenredan y todo parece más sencillo de lo que el mundo y su maquinaria me quieren hacer creer.

viernes, 16 de noviembre de 2012

El placer de encontrar tesoros

Mirar al suelo tiene sus ventajas. Saber dónde pisar para no caerse, o para no pisar desechos, o para no ser atropellado, o para no irse por un hueco. Pero yo siempre he encontrado algo más lindo con respecto a mirar el piso y es encontrar cosas. 

Mi abuela tenía el mismo pasatiempo y nos legó un vasito lleno de las cosas que encontraba y que yo constantemente complemento: botones, tornillos, tuercas, aretes, dijes, pulseras rotas, piedrecillas, monedas de poco valor, etc. También veo cosas que no apetecen conservar como las basuras, pero que intento recoger y poner en su sitio para que el piso se sienta y se vea un poco mejor.

Sin embargo, hay algunos tesoros que no conservo en ese vasito pero que siempre recuerdo con cariño y son varios caracoles pequeños que encuentro al salir de mi casa después de la lluvia. Esos caracoles que siempre recojo de los ladrillos y los llevo más cerca del césped. 

Mirar al suelo tiene sus ventajas. Puedes encontrar tesoritos materiales o puedes ayudar a un amiguito a encontrar el camino a casa.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Después de la lluvia

Gotas de rocío.

Los gusanos y caracoles salen de la tierra.

Tus pies se hunden en cada paso y en tus zapatos quedan los rastros de lodo y césped mojado.

Se siente una calma magnífica después de la lluvia, especialmente si esta fue tempestuosa. Son pocas las voces humanas y puedes distinguir, entonces, la hermosa voz de la naturaleza.


A veces siento que mis reflexiones suenan hippies.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

...

Las grullas de Érika que viajan a la inversa hacia otra dimensión...


Los techos son los pisos de arriba, pero también son pisos al revés.

martes, 13 de noviembre de 2012

Escaleras

Las escaleras son producto de un suelo con altas aspiraciones. Son tremendo obstáculo y suelo caerme en ellas, aunque solo de subida porque de bajada suelo ser menos afanada (y más afortunada).




Lo más bonito de las casas antiguas eran las escaleras.
Y son lo más feo, lo más frío, lo más hostil,lo más mezquino de los edificios de hoy en día.

Deberíamos aprender a vivir mucho más en las escaleras. Pero ¿cómo?
Georges Perec (Especies de espacios)

lunes, 12 de noviembre de 2012

Juegos de niños

Oh la infancia. Mis mejores recuerdos sin lugar a dudas. Entre juegos fue mi primer contacto con el piso, y creo que desde entonces vengo marcada.

Uno de los juegos cruciales para mí, que aún juego y por el cual probablemente siempre miro al piso: no tocar las líneas. Pasa el tiempo pero sigo jugando a eso, como si pisar una línea significara el fin del mundo (o el fin del juego). La cuestión de las líneas puede guardar relación, directa o indirecta, con la golosa (también conocida como rayuela). La golosa la pintábamos con tiza o, en su defecto, con alguna piedra que pintara en el suelo. Jugábamos tanto en el colegio que nos volvimos expertas, y como expertas teníamos necesidad de más, por lo que inventábamos nuevas reglas. La costumbre de las nuevas reglas se me quedó y ahora le invento reglas a todo juego posible, aunque ya no juegue tanto como lo solía hacer. Pero recuerdo muchos otros juegos de los que ya no recuerdo el nombre que se centraban en el piso, siempre allí, tendidos, concentrados y serios dentro de la diversión, porque no hay cosa más seria que un juego de niños. Mis juegos siempre eran las piquis, el trompo, los tazos y todos los juegos que me implicaran estar en el piso, ensuciarme las manos, las rodillas y la cola por mis constantes cambios de posición cuando el suelo empezaba a volverse agresivo. 

Aún salto en la golosa si me cruzo con una en el suelo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Dancing with myself


Amo la lluvia. Siempre me causa una fascinación extraña ver las gotas que rebotan en el pavimento. Parecen estrellas que caen al suelo.

Una de las cosas que más me atrae de la lluvia es mojarme. Hoy en día soy muy propensa a enfermarme por lo que me volví amiga inseparable del paraguas. Pero en mi infancia era todo lo contrario: el paraguas era mi enemigo y correr por ahí capturando gotas con mi lengua era mi hobbie. Me encantaba saltar charcos y mojar a la gente y gritarles "Aburridos" a los que me miraban mal. Ser niña ra divertidísimo y mi más valiosa amistad gozó de mil momentos bajo la lluvia.


Otra cosa que me encanta de los charcos (que ocurre con los lagos, mares, océanos y demás, pero que por cuetión geográfica relaciono más con los charcos) es el reflejo. Siento una inquietud eterna con los eespejos, no de forma ególatra porque no me gusta mucho mi reflejo, sino el reflejo del cielo. Los charcos de agua lluvia me permiten ver el cielo más cerca de mí, y pisarlos es casi caminar en las nubes.


sábado, 10 de noviembre de 2012

A gran escala

Me encanta cuando se le exprime el potencial a los espacios, y más aún cuando hablamos de mi espacio favorito: el suelo. 

En estas fotos vemos un uso publicitario y uno enteramente artístico. 

McDonalds. Pueden decir lo que quieran pero yo amo las papas de McDonalds. Y he de añadir que estos publicistas no sólo tienen buenas ideas publicitarias, sino que McDonalds simplemente te invade de publicidad hasta que, consciente o inconscientemente, cedes a la tentación. O yo cedo, porque soy suceptible a la comida.

Sin embargo, hay algo en esta publicidad que me causa tristeza y no es por la publicidad ni nada por el estilo, sino por la cultura ciudadana de utilizar las cebras para cruzar la calle. En ese país donde quiera que fuese tomada esa fotografía, veo a las personas cruzando por las suculentas papitas de McDonalds. Pero conseguir eso en Bogotá... Bueno, eso es tremendo reto. Hemos perdido la cultura ciudadana y ya ni las cebras aparecen pintadas en las calles. Tal vez necesitamos una publicidad así para recuperar esos espacios que se han perdido, un McDonalds que al menos recuerde dónde solían estar las señales de los cruces por donde debe ser.

Por otra parte, nos encontramos con estos graffitis en tercera dimensión que se han vuelto bastante populares mundialmente. 


Estos artistas tienen un sentido de la estética increíble y un manejo de la perspectiva asombroso. ¡Ya no me perderé los graffitis de la paredes por mirar al piso! Me atraen las cosas a gran escala y me encanta que estos artistas se hayan percatado que hay lienzos en todas partes para hacer arte.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Por el piso

Hay veces que quedas por el piso y hay veces en que arrastras a alguien por el piso. Hoy me sucedieron ambas; la primera a causa de la segunda.

Hoy dije algo que no debí, algo que no supe medir ni filtrar y que simplemente me salió desde ese punto de mi mente donde la estupidez y el sinsentido habitan. Fue una frase fuerte... tan fuerte que infecto un sentimiento construido con una vida de esfuerzo y entrega. Hoy puse a esa persona por el piso. La rebajé y le dije algo que nunca debería decírsele a una persona, y yo se lo dije a la que más amo. Maldito mi cerebro y su imprudencia y poco sentido común. Hoy la puse por el piso y quedé por el piso yo. 

Mierda.

Hay cosas que no se olvidan.

Hoy descubrí mi peor faceta. Quedé por el piso al desconocerme. La desconocí y me desconocí. 

Hoy soy mierda en el piso ._.

martes, 6 de noviembre de 2012

Ingratitud

Esto es lo triste de mirar al piso en una ciudad como Bogotá. Toca mirar para no caerse o para no pisar en sitio indebido. Qué ingratos somos con el suelo.


Basuras
Es muy normal ver basuras en las calles. Tan normal que la gente pasa de largo sin siquiera pensar en recoger un papel y depositarlo en la caneca. Y este panorama hace que la gente, dedicada a la pereza, prefiera aumentar de poquito en poquito el cerro de basura en la calle que molestarse en encontrar una caneca.



Huecos
Oh los huecos de las alcantarillas. Malignos para los carros y para los peatones. Conozco huecos en Bogotá que han cumplido años sin ser arreglados, y calles perfectas en repavimentación. Solo se necesitan víctimas mortales o un hombre importante cerca para que estos huecos sean arreglados. 


El rombo de ladrillos

Caminaba con mi mejor amiga y su papá por la Universidad Católica. Él y su esposa se habían conocido estudiando arquitectura allí, pero fue una relación medio desastrosa porque decidieron ser novios por afinidades únicamente físicas (he de decir que tanto él como ella eran estúpidamente hermosos). Él estaba enamorado de ella y ella, pues ella solo lo utilizaba a él y a sus conocimientos en arquitectura adquiridos en Italia. Él le hacía todos los trabajos mientras ella disfrutaba de su belleza y la vida social que esta acarrea.

En fin, durante el recorrido por la universidad, el papá de mi amiga nos mostró todo lo que él había hecho y construído allí. ¡Y vaya que hizo! El señor, en resumidas cuentas, era un estudiante prodigio, amado y admirado en la universidad, cuyos proyectos fueron tan bien recibidos por la universidad que aún siguen allí, muchos años después de su graduación.

Ya de salida, caminamos por el parqueadero y yo, como siempre mirando el piso, me quedé pensativa ante un rombo de ladrillos, no sólo antiestético sino también poco (nada) funcional, pero para no parecer desadaptada social decidí alzar la mirada hasta que me di cuenta de que el señor se había detenido.  

-- ¿Saben qué fue lo único que su madre (hablando de la madre de mi amiga) hizo por la universidad?

Mi amiga y yo quedamos con cara de pregunta.

-- Ese rombo que ven en el suelo. Y ni está bien hecho.

Él soltó una carcajada forzada y siguió caminando, tal vez regañándose mentalmente por haberle hecho todos los trabajos a la mujer mientras ella se volvía una reina de belleza con su gran atractivo físico pero sin una pisca de cerebro ni talento.

Mi amiga y yo nos miramos con tristeza de pensar que esa relación fue (y creo que sigue siendo) unilateral.

Y triste pensar que el paso de ella por la universidad fue tan superficial e inútil como ese rombo de ladrillos en el parqueadero.

Pisar con respeto

Mis abuelas están enterradas en cementerios distintos. Una en un osario y otra en una tumba en la tierra. Visitar a la primera es sencillo: entras al cementerio donde caminas  hasta que encuentras la cuadra donde está ella; pones flores, hablas con ella y sales. Ese cementerio es casi una ciudad. Con la segunda abuela no todo es tan sencillo.

Ella fue la única que conocí.

Cuando ella murió fue complicado para mí porque no entendía muy bien qué ocurría. La vi sufrir semanas antes en el hospital y le hablaba mentalmente, como si ella pudiese descifrar lo que le decía, del mismo modo en que le hablo hoy que está muerta. Ella está enterrada en un cementerio saliendo de Bogotá, y por cuestiones de distancia son pocas las veces que la visito. Las visitas son extrañas, ya que nunca tengo muy claro en qué lugar está, porque me enfrento a un lote grandísimo de césped lleno de tumbas. Todos caminan campantes sobre las tumbas y yo, por la manera en que me han criado, no puedo hacerlo. Siento que pisar la tumba es pisar a esa persona y, por tanto, denigrarla. No piso ni un insecto, mucho menos a un ser humano, vivo o muerto. Se imaginarán que para llegar a la tumba de mi abuela, que queda cerca al centro de ese lote, me veo menos seria y más payasa al hacer maromas por los intermedios de las tumbas. Pero no interesa; me siento mejor siendo payasa para otros pero respetuosa para quienes allí descansan. Sé que es un pensamiento muy católico el creer que allí descansan, pero hay cosas demasiado arraigadas en uno y creo que esta es una de la que no quiero despegarme.

Sólo he sido capaz de ponerme sobre una tumba, la de ella, sentada a sus pies, para hablarle mentalmente, cosa que espero pueda escuchar ahora más que cuando le hablé en el hospital.